Las líneas rectas sirven para escapar, para alejarse del origen, pero no sirven para vivir. Porque la vida nos devuelve siempre al mismo lugar: la disolución. Y de ahí se levanta, poniendo cada final en el principio de algo, para evitar el punto de fuga que lleva a lo definitivo, la linea abierta hacia ninguna parte.La vida ama los círculos.
¿Pero adónde lleva caminar en círculos? A la creación de circuitos. Nada mas y nada menos. Los circuitos llevan a la formación del metabolismos y los metabolismos a seres vivientes.
Podemos realizar un viaje alrededor del mundo. Y regresar al mismo punto de partida. Pero algo ha cambiado en el trayecto, algo ha cambiado en los que han viajado.
El próximo viaje no será el mismo, los viajeros tampoco. Han surgido las rutas, el recuerdo emergente de una interacción, de una historia que sobrevive, como el río lo hace a las aguas que lo abandonan.
El círculo adquiere memoria, dejamos los rastros de nuestro paso y así trascendemos a nuestra propia ruta. Se puede volver al mismo lugar siguiendo mil caminos distintos, como mil viajeros pueden recorrer la misma agenda de recodos, llanuras y albergues.La vida solo aburre a quien decide ser espectador de su propia decadencia, y se contenta con su tiempo acumulando monedas para un ego en vía cerrada a otro principio.
En la superficie del planeta todas las líneas rectas trazan un círculo. Circulan agua y nutrientes, minerales y gases. Los ciclos son como latidos, desvelan lo orgánico, la función precisa de cada proceso vital. Somos colonias de células auto-organizadas, o mejor aún, el acuerdo que las constituye. Pero, a su vez, formamos parte de otro organismo planetario. Aún así, nuestra inteligencia colectiva parece inexistente. Quizá un día percibamos la belleza de lo que destruimos.
Firmado: Camino