domingo, 13 de diciembre de 2009
El otro dolor
A Gaia le daba un poco de mareo pensar en todo aquello. Los niños tienen una habilidad innata para asimilar cosas nuevas, incluidos los despropósitos. Pero era la primera vez que conseguían dejarla pasmada con una respuesta. Aquella mañana dirigía sus investigaciones sobre una hilera de hormigas, afanosas e ignorantes de lo que se les venía encima. En un principio se limitó a una observación cuidadosa de los trajines, idas y venidas, y tareas de avituallamiento a lo largo del pulcro y ordenado camino. Sin embargo, las actividades exploratorias se desarrollaban en la intrincada selva de hojarascas, arbustos varios, ramitas, piedras, brotes de hierba... y una indiscutible boñiga, que Gaia acabó pisando. Por un momento fatídico, las hormigas cayeron en el olvido, mientras Gaia se afanaba en librarse de los restos de excremento en sus zapatos, dicho sea de paso, para desconsuelo de un par de escarabajos que veían maltratada su pitanza. Cuando Gaia terminó con la higiene, descubrió la desolación. Los daños, sin ser cuantiosos en lo material, habían dejado bajas y heridos graves. Un par de pisotones sobre el sendero de la colonia de insectos, habían sido suficientes para despanzurrar a unas cuantas hormigas y dejar malparadas a otras. Los sollozos de Gaia no duraron demasiado. Con ánimo diligente procedió a la hospitalización inmediata de los heridos graves. Alineó tantas hojas pequeñas como fueron necesarias para encamarlos, y pronto, los afectados por la tragedia, quedaron dispuestos en filas ordenadas sobre un suelo limpio de desechos. Así los servicios de urgencia podían dispensarse de forma eficiente. No obstante, los heridos mas leves pronto dejaron de preocuparla: escaparon del hospital de campaña a la búsqueda de apéndices perdidos. Gaia se prodigó en atenciones durante unas horas, hasta que dio por terminada su labor humanitaria: tenía otros juegos que atender, la hora de comer estaba cerca y ante la falta de progresos, había dado por desahuciados a los individuos que no consiguieron escapar del hospital.
-José, esta mañana he intentado curar a unas hormigas pero no he podido. Sin embargo, el hormiguero se ha curado solo.
José se quedó estupefacto e intentó preparar su mente para una nueva aventura. Pero Gaia apenas le dio tiempo.
-¿Sabes? He estado jugando a los acuerdos, pero no se lo que hacer con las hormigas estropeadas.
Después de indagar sobre los detalles de todo lo ocurrido durante la mañana, José le preguntó:
-¿Y como se te ocurrió acercarte a un hormiguero?
-Como no tengo microscopio para ver los bichos de mis manos, porque son muy pequeños, he ido a ver un hormiguero que los tiene mas grandes.
José apenas pudo contener la risa. Sin embargo, el rostro de Gaia mostraba un aplomo y solemnidad, que quiso respetar.
-Pero Gaia, no puedes comparar a una persona con un hormiguero.- dijo sonriendo.
-Ya lo sé, con los hormigueros no se puede hablar.
José se daba cuenta de la facilidad con que Gaia percibía la sutileza de las metáforas. Ella buscaba el punto de inflexión, el lugar donde confluían millones de entidades vivientes para formar otra Entidad y generar una conciencia.
-No es eso, Gaia. Cuando tú te caes o te haces una herida, hay muchas células que mueren y otras quedan dañadas. Pero eso es diferente a pisar un camino de hormigas.
-¿Cómo puedo saberlo?
-Porque tú sientes dolor.
-¿Y por qué siento dolor?
José descartó de inmediato la explicación que él conocía. Así que decidió olvidarse de sistemas nerviosos centrales, impulsos eléctricos o neuronas que transmiten y almacenan información. Estaba seguro de que Gaia se sentiría ofendida si pretendía embaucarla con semejantes disparates, así que hubo de inventar una historia que la niña pudiese dar por buena. Sin apenas darse cuenta, se encontró inmerso en un extraño relato.
- Hubo un tiempo muy lejano, tan lejano que solo las rocas pueden recordarlo. En ese tiempo emergieron en el planeta los seres vivos indivisibles. Cada uno hacía su trabajo, pero no conseguían fundar acuerdos con otros microbios. Se replicaban a si mismos pero no sabían mantener las pocas amistades que hacían. Hasta que un día, aprendieron a proteger sus pactos en el corazón, guardados en una cadena que eslabón a eslabón transmitía, no solo la esencia de lo que eran, sino lo mas importante, también la esencia de aquellos acuerdos de los que formaban parte. Aquello los hizo bastante populares. Tanto que crecieron y formaron plantas, animales y setas venenosas. Pero cada acuerdo debía cuidar de las miríadas de seres vivos que lo formaban. Debían procurarles alimento, agua y refugio. Para eso, los seres vivos indivisibles, inventaron el hambre, la sed y el frío. Y para que los acuerdos no andaran atolondrados, dándose golpes o cortándose con cosas que no deben manejar, inventaron el dolor. Incluido el dolor de barriga para que no se atiborraran de chucherías y comieran como es debido.
Gaia quedó fascinada y aturdida por la explicación. Ahora el dolor de tripa, aparte de molesto, sería un enigma histórico.
-¿Y qué pasa con el otro dolor?
-¿Qué otro dolor? - preguntó extrañado José.
-Me puse a llorar sin querer cuando vi las hormigas que había pisado. Me dio mucha pena, pero lloré muy poco, ¿vale?.- Ella ya era mayor y esas cosas había que dejarlas claras.
José se había quedado sin inspiración para mas cuentos, así que simplemente admitió:
-No lo sé, Gaia. ¿Tu que piensas?
-Creo José, que nosotros y los hormigueros, también formamos parte de otro Acuerdo.
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Tan solo vengo a decirte que me ha gustado tu comentario sobre Aminetu Haidar en el blog Saharaponent de Antonia. Estoy contigo en todo lo que has dicho. Quería que lo supieras. Un abrazo y Feliz Navidad.
ResponderEliminarContinúa muy bien y se pone interesante.
ResponderEliminarCon retraso, iré siguiéndote, me pondré al día, despierta Gaia. Ahora, tengo que dejarte, que es domingo y tengo conmigo a mi madre, una mujer de 83 años con la que debo estar. Sé que lo entiendes.
Un abrazo.
Un abrazo Isabel.
ResponderEliminarSiempre serás bienvenida.
Ah, Juan Francisco
te dejé un mensaje en tu blog.