martes, 22 de diciembre de 2009

El desacuerdo de Copenhague


-¿Crees que es grave?
-No lo sé, Ana, pero parece algo emocional, dice que solo estaba viendo las noticias.
El rostro de José se ensombreció aún mas, antes de añadir:
-El acuerdo de Copenhague no existe. Me temo que estamos en la era del Comercio Total.
-¿Pero qué le pasa a Gaia?
-Creo que es un golpe de tristeza. Simplemente sufre.
Una queja interrumpió sus palabras. Los sollozos de Gaia reclamaban su atención. Parecía asustada y desorientada.
-Es como el otro dolor. ¿Sabes?, es como cuando pisé el camino de las hormigas, pero duele mucho mas.
A Gaia le volvieron los espasmos. Después empezaron las convulsiones. Duraron apenas un minuto, después se durmió agotada.
Ana se aferraba a sus manos mientras José la auscultaba preocupado.
-Podría ser epilepsia...
José negaba con la cabeza.
-Ana, sabes que no es eso.
-Hay cosas que no puedo entender, pero al fin y al cabo José, sabes que Gaia es hija del dolor. Al menos, de un dolor de la misma naturaleza.
José no pudo evitar que la congoja se le instalara en las entrañas, en las palabras y en los ojos.
-Nuestro dolor.- Añadió Ana.
José salió de la habitación. Sin saber de qué huía. Quizás del peso de aquellos años. Acaso de las palabras que podían desbordarse.
Ana lo encontró sentado en el suelo del pasillo, con la espalda apoyada en la pared. Llorando como un niño.

4 comentarios:

  1. Todos sensibles con nuestro planeta.
    Cada vez, me gusta más Gaia y quienes la rodean.

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  2. También tiene su lado simpático y dicharachero.
    Supongo que para compensar la parte profunda y un tanto solemne.

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  3. Sí, quizá sea nuestro dolor el que se manifiesta a través de la niña Gaia. Será que somatiza. Ella se sacrifica por el dolor de quienes lleva, pero vete a hacerle entender eso a los necios...

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  4. Bienvenida Fata Morgana.
    Quizás la niña Gaia, no solo somatiza, sino que nos muestra el dolor que surge dentro muchos seres humanos, cuando vemos extenderse la contaminación o el aire envenenado. Porque ese dolor muestra la existencia inequívoca de un vínculo, entre nosotros y aquello de lo que formamos parte: el planeta Tierra.

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